sábado, 8 de septiembre de 2012

MOJADO



El tiempo que desperdiciaría maullando, decidió invertirlo en buscar un lugar para ocultarse de los goterones que se soltaban del cielo. Al no encontrar casa rápido, entendió que reencarnar en un gato fue su peor decisión.  Por salvarse de la condena eterna de las llamas, olvidó que para su nueva figura, el infierno se desprendía del cielo cuando empezaba a desmoronarse en gotas de agua. Y es que nadie entiende que las llamas eternas del infierno las sufre un gato cuando no encuentra donde escamparse.


AL RITMO DEL CAPORAL


 En la silla de un auditorio, mientras un conferencista dicta su charla sobre la ley 30, una joven hila con paciencia una prenda de la que no todavía hay certeza. El hilo que parece no agotarse,  tiene un color amarillo que se confunde con el de su piel,  se desprende de una mochila que trae terciada en la espalda y ocasionalmente acomoda sobre sus piernas. Solo cuando algo le parece importante de atender, la joven pierde el ritmo y eventualmente suelta el hilo para tomar notas de lo que dice el conferencista, luego suelta el lapicero y enrolla la punta de la lana  en sus dedos y retoma el punzando para seguir dando forma al tejido. La joven menuda, de ojos grandes y un cabello liso bastante largo,  no se percata de mi atención a su laboriosa actividad, ni la de un señor que tan maravillado como yo con el suceso, me dice en vos baja: “Tenés cinco mil años de tradición a tu lado”.
Inty Raymi

La gente ya sabe que la fiesta del sol es en la noche, todos los jueves desde las siete, los danzantes se instalan en la rotonda de la loma de la cruz. La llegada es un ritual de acomodamiento previo a la fiesta: el saludo a los amigos, la promoción de la chicha y la gelatina, que da energías para la jornada, la instalación y la prueba del sonido con música que pronostica una buena noche. Alrededor algunas caras conocidas,  también esperan el comienzo, mientras observan a uno de los instructores que revela ciertas claves de movimiento a los que llegan por primera vez. Yo debería estar ahí, pero me intimida tanta gente, es posible que no atine al ritmo y mejor prefiero aprender de la manera menos útil para el caso, observando.

Mal contadas,  hay cerca de doscientas personas y siguen llegando. Los pasos parecen sencillos, las jóvenes que estaban con el instructor ya dominan la técnica y yo creo que también aprendí.  La autoridad al micrófono pide que los niños que participan estén en el centro. Es una solicitud con fuerza para los adultos, es una norma, así como la de no fumar cerca de la rotonda mientras se está en la danza.  No hay música hasta que se cumpla el requisito.

Dadas las garantías, suena la música andina en el sentido estricto de su nombre. Porque el esfuerzo de los organizadores es por recordar y difundir todos los ritmos  que se entonan en los pueblos la Cordillera de los Andes, desde Argentina hasta Colombia, traspasando los límites de la columna de Centroamérica. El  calentamiento previo sirve de saludo al sol, el instructor de nombre Jaguar levanta las manos y luego las baja, da  un paso al centro y se devuelve. Pide que lo sigan. Todos uniforman el paso, siguiendo un ritmo suave que suena al fondo,  una saya boliviana más contemplativa para entrar en sintonía con el espacio y esperando que otras personas se sumen. Pronto la rotonda empieza a engrosar su público, muchos alrededor todavía siguen espectando y yo soy uno de ellos.

De pronto el ritmo agita el ánimo de los espectadores y el instructor acelera sus movimientos e introduce el aleteo de águila que hace emocionar a los danzantes y lo siguen sin excusa. Todos aletean con sus brazos, personificando el animal. De pronto lanzan con fuerza el pie derecho hacia delante y un fuerte coro que dice “je” que se escucha hasta la calle quinta, luego cambia de pie y nuevamente gritan. La fuerza emotiva empieza a arrastrar  a los aletargados que no han decidido  incluirse. El espacio en la rotonda se reduce, y yo creyendo que con la teoría es suficiente, entro a darme duro con esa realidad danzante.  

Inty Raymi era la antigua ceremonia religiosa andina que se realizaba cada solsticio de invierno en honor al dios sol. Los Incas en su sabiduría astronómica  sabían de hecho lo que predecía al cambio de estación. La caída del invierno y el comienzo del verano, significaba un buen motivo para iniciar la fiesta de agradecimiento en  honor al dios que proveía la energía para las cosechas, dicha ceremonia estaba acompañada de sacrificios y danza. El  Inty Raymi en la loma de la cruz es un intento de reconstrucción, de aquellas fiestas que fueron aniquiladas por el cristianismo casi desde 1542. Afortunadamente fue Garcilaso de la Vega el que dejo por escrito una crónica que más adelante sirvió de aliento para la reconstrucción del rito.  En Cali, la fuerza de las comunidades indígenas sigue tejiendo lenta y pacientemente, desde todos los espacios, para no dejar morir esos cinco mil años de tradición e identidad.  

Nada más arrítmico que una revolución, envidiaba los cadenciosos que no iban en contra de los pasos sugeridos, y rápido se sumaban a la coreografía. Creo que escogí un mal lugar para desobedecer, no fue suficiente con la observación. Aunque no se notaba en medio de la multitud. Sin embargo, La saya me daba la posibilidad de equivocarme y acostumbrarme a esas nuevas formas de danzar. De todas formas lo  bueno de la experiencia es que ha sido un motivo para seguir aprendiendo. 

UNA GUITARRA ENAMORADA


La guitarra  empezó a enamorarse de su interprete. La corrosidad de sus dedos que la estimulaban con agilidad y fina precisión, le dieron a entender que el joven menudo y poco agraciado la había vencido, hasta ablandarle la voluntad de mujer  que tienen todas las guitarras, con la única estrategia que en la artes del amor nunca falla: la constancia. 

En las más extrañas condiciones, bajo la intimidad que permite la madrugada, fue preciso el encuentro entre los dos, mezclados como Dios le propone a sus hijos para darles su bendición,  hechos uno solo , ella y él.

En un descontrol absoluto, se dejo acariciar a la voluntad del naciente músico, que en noches anteriores se había mostrado ansioso, pero que sabiamente ella, así la llamaran conservadora o premoderna, había sabido guardar para cuando el joven estuviera preparado. El hombre la fue descubriendo con paciencia y ella, en un repentino ataque de éxtasis, explotó; En el barrio y su soledad las notas más bellas se escucharon y la canción más bonita fue aplaudida por la luna.