miércoles, 16 de noviembre de 2011


LA VAGINA DE LA CORDILLERA:
La puerta del oro y la pobreza

Con la mirada venía siguiendo esos grandes senos verdes de la cordillera, unos pocos de los que se levantan desde Nariño hasta la Costa Atlántica, 1095 kilómetros de secretos, de riqueza, de riesgos naturales y humanos. Son bellas las montañas del Cauca, pero es una belleza peligrosa que se admira con respeto, sin siquiera contemplar la intención de llegar a ellas.
El río Cauca asomó luego de atravesar timba, el último pueblo del Valle y el primero del Cauca. Cerca de aquí a ocho kilómetros  hacia la montaña que conecta con Buenaventura está el nacimiento del río Naya, la sonoridad del nombre la da la sangre que ha recorrido su caudal. En Timba se inició la masacre que en el 2001 volvió tan popular esta zona: cerca de doscientos paramilitares se tomaron la población y con lista en mano en la escuela del pueblo, fueron acabando con la vida de los campesinos que el Bloque Calima consideraba como colaboradores de la guerrilla.
Timba vive ahora una aparente calma, es un pueblo alegre y desordenado, la gente se sienta en las afueras de sus casas a escuchar música con alto volumen, se escucha sobretodo vallenatos que ensordecen incluso a los cuatro policías que guardan la población. La gente del pueblo mira silenciosa a los que pasan en el bus, mientras sirven las copas de Aguardiente Caucano.
A quince minutos de Timba está Asnazú. El recibimiento en el caserío corre por cuenta de un escueto letrero: “Bienvenidos al corregimiento del oro”.
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La gente en el Cauca siempre ha sabido que sus tierras son inmensamente ricas, sin embargo esa conciencia ha estado dopada por el miedo. Los pobladores con timidez han intentado proteger esos territorios a pulso pero sus fuerzas han sido insuficientes, comparadas con las del rival, que puede considerarse  una trinidad sagrada, entre el Estado, la empresa privada y las armas (ya sean oficiales o ilegales). Una trinidad  inmune a cualquier lamento.   
En los pueblos del Norte del Cauca hay minas de oro por doquier, sin embargo no cualquiera encuentra una mina. Dicen los que ya saben, que el oro lo hallan sólo los que mantengan un corazón limpio de ambición. Algunos que han visto minas repletas de oro o que han ido en busca de guacas, se han ido con las manos vacías, teniéndolas incluso ya coronadas, porque dejaron fluir la codicia. Pueda esto quizás explicar la pobreza en la que vive estos pueblo, sin codicia, sin ambición, que hasta tiene que venir Plan Internacional a brindar ayudas económicas a los niños.
Y a pesar de la pobreza, la conciencia de lo inmensamente ricas que son las tierras, ha generado un esfuerzo por protegerlas, pero es mínimo lo que los pobladores pueden hacer ante la aparente legitimidad que puede tener el Estado, ante el amparo y el accionar indiscriminado de las multinacionales que operan la zona y ante la fuerza bélica que ejercen las armas del ejercito, la guerrilla y los paramilitares.
Esta zona del Cauca ha tenido que sufrir por mucho tiempo  la opresión de los foráneos. Antes de que los españoles llegaran a finiquitar la construcción del embalse de la Salvajina, en 1916  el rumor de que la zona estaba repleta de Oro atrajo la mirada de los extranjeros y se asentaron allí para acabar con todo lo que brillara en el río.  Para la época las máquinas dragar se convirtieron en el acabose económico del pueblo, sin embargo, nadie imaginó que para matar al herido Norte del Cauca faltaba algo más: la construcción de la Salvajina. 
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Hay niños jugando muy temprano en la plaza de Suárez, pasan por encima de los corotos, bultos y remesas que bordean el lugar. Los adultos por el contrario, se apresuran por el desayuno y llaman la atención de los pequeños que no tienen en cuenta su afán. De repente la gente que esta concentrada en la plaza, y otras cuantas personas se empiezan a descolgar de las lomas y corren tras el sórdido pito que anuncia la llegada de la chiva. Los puestos se copan de inmediato, a pesar de que la mitad de la gente que necesita el transporte se encuentra aun sin subirse a la chiva. En un santiamén ya no queda lugar para sentarse y  las personas que están por fuera se ven obligadas a acomodarse como en un juego de tetris, abriéndose espacio entre de los bultos, remesas y cacharros que también hay que transportar.
La gente no tenía antes que sufrir este viacrusis. El río cerca del pueblo traía todo el oro que necesitaba. De allí se las arreglaban para sacar lo que era justo para el día y volvían cuando nuevamente necesitaban. Era una relación básica de supervivencia, en el que el río le aportaba a la comunidad de su propia riqueza. En 1984, empezó a cambiar la situación de la comunidad, el proceso de construcción de la Salvajina era inminente, el Estado consideró viable esta zona del Norte del Cauca, para abrir paso al embalse, por ser una zona ampliamente segura para el proceso. Si los gringos llegaron a malherir la zona, con el dragado, la Salvajina lo mató económicamente. Ahora debajo de la represa hay oro por montón.
A las siete y media de la mañana sale de la represa un planchón llamado el Arenal, que espera la llegada de la chiva y carga la gente para empezar a distribuirla por las montañas de la cordillera. Son en su mayoría afros, pero se distingue también población indígena: las botas pantaneras, camisas manga larga y los anchos sombreros auguran una larga estadía bajo el sol. También hay turistas que se deleitan con el paisaje, toman fotos al agua cristalina que deja ver los peces jugando o registran el horizonte espectacular que se crea entre la represa y la montaña. Algunas personas de la zona como Matilde,  colaboran hasta donde puede con la curiosidad de los turistas, cuentan lo que saben de la represa desde su experiencia de marginados por la construcción inviable de este embalse.
Matilde Viaja todas las mañanas en el Arenal vendiendo frito, como le llama ella a los productos que almacena en su olla de aluminio. Antes de Vender, da una prueba de gracia al que tenga intención de comprar: es pescado de aquí de la Salvajina excesivamente condimentado, pero rico. Su sobrino sale a cogerlos en Canoa, ella los sazona y los lleva luego al planchón para ofrecerlos a los trabajadores de las minas que se quedan en las montañas. A veces vende todo, pero al final de esta jornada se daría cuanta que no fue un buen día y los pescados bien condimentados los devuelve al agua. “Matilde está tostada”, diría mas adelante un negro monumental que se acerca a nosotros en el planchón para conversar con Spilberg, nuestro guía en Suárez.
Hay unas paradas estratégicas. La gente abandona el planchón y empieza a penetrar las montañas con picas y palas, se ven como hormigas subiendo en fila y progresivamente van desapareciendo a medida que nosotros nos alejamos en el planchón y ellos se internan en la montaña. Aumentando aun mas la curiosidad de los que no conocemos como son las minas, Al expresar mi deseo de conocer, el negro monumental me advierte expresa que “bonito”  pero no recomienda el lugar por ser tan peligroso.
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Aznazú es uno de los corregimientos del municipio de Suárez, un pueblo de enorme tradición afrodescendiente que sólo ahora unos cuantos maestros han empezado a rescatar. En medio del caserío circula el afluente que lleva el mismo nombre del pueblo. El río aznazú que desemboca en el cauca, se llama así gracias a la leyenda de la piedra Escrita, donde según cuentan los pobladores, un cacique llamado Aranzazu se deleitaba bañándose en las aguas del riachuelo. El nombre del cacique le fue adjudicado al río pero la manipulación lingüística del nombre alteró la pronunciación hasta dejarlo en lo que hoy se conoce como el río Aznazú

En Aznazu vive el papá de Spilberg, el joven que nos acompaña en la aventura por la Salvajina, le dicen así porque en el barrio en donde vive en Cali, hizo una película donde incluyó a varios de sus amigos y ellos en  homenaje a su director de barrio lo apodaron el Spielberg de Aguablanca. El papá de Spielberg es un viejo sabio y respetado en el caserío, ha trabajado en la mina toda su vida. Con el oro alimentó y les dio estudio a sus tres hijos, aunque la menor fue la única que lo aprovechó, por lo menos ya está en la universidad.  Spielberg que es el mayor vive con su mamá en Cali, allá trabaja y visita  esporádicamente el pueblo; el del medio no quiso seguir estudiando, luego de presentarse al ejército, prefirió seguir sacando oro de la mina.
Al lado de la mina de del papá de Spielberg, hay un campamento de “La Guerra”.  Dice el viejo con la naturalidad que le da el hecho de ser bastante conocido, es casi un honor poder subir y bajar de la montaña sin riesgo. Sin embargo, “la cosa no es tan fácil” a la montaña no sube cualquiera. Cuando su hijo, el del medio quiso ir a la mina nuevamente, el papá de Spielberg tuvo que subir a acompañarlo, pedir permiso y explicar que si estaba rapado era porque él necesitaba legalizar su situación militar, pero ahora estaba nuevamente allí, necesitaba  trabajar.
“Con la Guerra las cosas son serias”.  La Salvajina la militarizaron porque habían dicho que posiblemente la iban a volar, pero solo eran rumores que rondaban el pueblo. Ahora la gente no piensa en eso, pero el temor sigue, día que llegue a pasar, posiblemente desaparezca Suárez y los caseríos que están cerca, desaparece incluso Aznazú. Por eso está militarizado, les da miedo que el rumor se vuelva una verdad.
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Todo el pueblo sabe que en Suares hay muchos guerrilleros, aunque son pocos los que  tienen la posibilidad de distinguirlos. El papá de Spielberg ha dado con algunos de ellos, por causalidad.  Cuando sube a la montaña los ha visto custodiando el campamento y nuevamente los ha encontrado en el pueblo, donde solo se cuchichea.

Es por eso que las montañas de la cordillera son peligrosas no sólo por los riesgos naturales que existen, el riesgo de encontrarse con humanos es aún más alarmante. acceder a ella puede ser muy arriesgado. El negro monumental que por casualidad nos encontramos en el Plachón, nos lo advirtió con una frase a secas: “Desde las montañas se defienden el pueblo, es peligroso, pero necesario”.  Pienso ahora en la cordillera como una  mujer dolida, y traicionada, cargada de dolor.
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Ahora más que nunca nadie olvida la deuda que el Estado tiene con el pueblo. El Embalse de la salvagina ha obligado a los pobladores a tomar otros rumbos, pasar por ahí en algunas ocasiones es muy complicado, es necesario pedir permiso y someterse a requisas del ejército. Y lo peor es que nunca se cumplieron las peticiones que la comunidad  para resarcir los daños sociales que la represa causó. Nunca llegaron los puentes, se los puestos de salud, ni las magnificas oportunidades laborales. Por el contrario la construcción del embalse ahogó la única riqueza de esta zona, el oro.